Quiero mi devuelta

El sábado fui a buscar algo por lo que tenía que pagar $148.06. Le pasé un billete de 200. La joven me pasó $45, me quedé mirándola y me dijo – le faltan 5 pesos, me espera a que vaya a cambiarlo?

Pero será posible!..

En primer lugar me faltaban $6.94, no $5, pero parece que se asume convencionalmente que esos casi 2 pesos se redondean y no se devuelven.

Me quedé pensando en la frecuencia con que se repite este tipo de situaciones hoy en día. Muchas veces ni siquiera tienen la decencia de informarte que no te van a devolver una fracción de tu dinero y ni mencionar el hecho de que nunca ‘no hay menudo’ a favor del cliente.

En promedio, una persona hace 4 transacciones en efectivo por día.  Asumiendo que en dos de ellas se pierde un peso, eso sería $60 al mes o $720 al año. No parece tanto? Quizás no, pero en este caso eso representa un 1.4% del valor total, lo cual es bastante cuando lo comparas con el 0.13% mensual que paga la banca nacional sobre mis ahorros. Y poco o mucho, no tengo porque regalar mi dinero si no quiero.

Me gusta pagar en efectivo porque siento que controlo mejor mis gastos, pero voy a tener que usar mas la tarjeta porque así al menos pueden cobrarme solo lo que dice la factura.

La joven se detuvo un momento, segura de que le diría que lo dejara así.

– Claro que espero! –le dije- Quiero mi devuelta.

Memorias de Navidad

Después que mis padres se separaron empecé a ver la navidad con más nostalgia que con ánimo festivo; también con el tiempo me he vuelto más crítico del carácter comercial que impera en cada época tradicional. Han notado en las tiendas el famoso pasillo de temporada? En navidad los adornos, en San Valentín los chocolates, en Semana Santa lo de la playa, etcétera.

Yo crecí en un pueblo y recuerdo que desde mitad octubre empezábamos a comer ansias cuando cualquier tarde, algún trabajador de papi pasaba a dejar dos o tres pavos que vivirían el peor mes y medio de toda su vida en el patio de la casa con mis hermanos y yo.

Una de las tardes mas largas de mi vida fue una ocasión en que uno de los pavos se desmayó. Teníamos una colección de casi 1300 soldaditos de plástico con los que jugamos a la guerra lanzándoles piedras. Los pavos llegaban para darle un nuevo realce al juego, serían monstruos gigantescos que combatirían contra aquel poderoso ejército. Una piedra le dio a uno de los pavos en la cabeza, el pavo se desplomó en el acto, el ejército no celebró.

Niños al fin, pensamos que habíamos matado al pavo y sabíamos exactamente lo que nos esperaba cuando papi llegara y se enterará. Intentamos convencer a Gregoria, quien nos cuidaba, de que inventara algún cuento que nos salvara el pellejo, pero no quiso. El pavo revivió al rato, pero nunca fue el mismo. Dos de los pavos siempre eran para regalarlos, nosotros nos aseguramos de que Leo fuera el primero.

Aun a mi corta edad no podía evitar notar el cambio en el comportamiento de la gente. Todo el mundo era más amable, alegres y dadivosos. Un ánimo caritativo parecía inundar el ambiente.

Ya a mitad de noviembre el pueblo estaba lleno de luces y las emisoras no paraban de poner los tradicionales temas navideños que siempre eran los mismos. Cuando por fin pude entender la letra, me encantaba escuchar la de que el pavo lloraba y el burro reía; Y se me aguaban los ojos con el merengue del año viejo al imaginarme su cara triste y yéndose solo porque nosotros nos quedaríamos irremediablemente con el nuevo. Aun se me hace el nudo en la garganta.

El arbolito, cada año diferente y nuevo era un acontecimiento pues abría oficialmente la temporada navideña en mi casa, pero no sin que antes sucediera la tradición de mami de lavar la casa desde el techo hasta los cimientos. Cada escondido rincón recibiría su dosis de cepillo y agua. Mis hermanos y yo no participábamos en la decoración pues mami lo hacia como un regalo para nosotros cada navidad. Llegaríamos cualquier día del colegio y ahí estaría, precioso, con los bombillitos de colores, las brillantes bolas, los santaclocitos sonrientes y la nieve de algodón. Pasaríamos horas frente a el, contemplando la intermitencia de las luces como si nos contara una historia que solo se escucha con los oídos del corazón.

En esa época las manzanas y las uvas eran exclusivas de la temporada. Llegaban a casa unos días antes, pero no se podían tocar hasta el día de noche buena. Era un día feliz, no por la cena de la cual no nos comíamos ni la mitad de lo que nos servíamos, sino porque ese día todos éramos felices al mismo tiempo.

Mami no trabajaría el 24 pues ella dirigía personalmente los preparativos de la cena, los cuales empezaban muy temprano en la mañana. Nos encantaban los olores del día, nos intrigaba la ciencia de cada plato y de vez en cuando nos asomaríamos al horno a ver el pavo o los pastelones antes de ser expulsados de la cocina con un chancletazo o una nalgada navideña que no dolían tanto.

Entre 8 y 9 nos sentaríamos todos a la mesa, oraríamos y compartiríamos. Papi se molestaría por el reguero que hacíamos, mami se alegraría por el ánimo con que comíamos y yo me preguntaría porque la carne de pavo es siempre tan dura.

Después de cenar nos sentaríamos a comer manzanas y tendríamos la discusión de que si la sidra tenía o no demasiado alcohol para los niños. Mami serviría los platos que intercambiaría con los vecinos y el del sereno que cuidaba la fábrica de blocks a una esquina de mi casa. Más tarde yo lloraría en secreto pensando en que había personas que como él, tenían que pasar solos la noche buena.

El 31 todavía quedaba de la comida del 24. En la noche iríamos donde mis tíos y tías, pero regresaríamos a casa a tiempo para que ‘no nos coja el cañonazo en la calle’. A las 12 y con la renuencia de mami, papi prendía fuegos artificiales mientras nosotros observamos a una distancia prudente. Luego veríamos los artistas en la televisión hasta que el sueño nos venciera.

Al día siguiente sufríamos el tedio de tener que ir con papi a visitar sus familiares y desearles feliz año nuevo. Yo era demasiado tímido y ese día eran demasiados saludos juntos. Pero no importaba porque ya solo faltaban 5 días para el día de reyes. Serian los 5 días más largos del año, pero aquella espera era una dulce agonía.

La noche del día 5 pondríamos al lado del arbolito agua y hierba para los camellos, y 3 mentas para los reyes magos. Iríamos a la cama bien temprano para que amaneciera más pronto, pero no podríamos dormir hasta muy entrada la madrugada. El día siguiente seria el día más feliz del mundo.

La navidad ya no es la misma, pero el arbolito de mami aun cuenta las mismas historias. Este año pondré hierba y agua a su lado.. quien sabe, el día siguiente podría ser un día feliz.

Nuestra Triste Historia

Muchas cosas cruzan por mi mente en este momento. No soy escritor ni soy inteligente, pero quisiera escribir aunque sea con frases torpes lo que me provoca un nudo en la garganta y en el pecho.

Hemos perdido el contacto con la tierra. Ni siquiera somos concientes de lo que estamos haciendo porque hemos perdido la conexión con lo que nos da la vida.

Muchas veces me preguntaba como es que antes de que hubieran medicinas y tantas sofisticadas tecnologías, como es que los nativos sabían cuando una planta era medicinal o que servía para tal o cual cosa. La respuesta es sencilla, lo sabían por instinto, porque aun no les habían hecho creer que eran dueños del universo sino que eran parte de el. No necesitaron libros ni telescopios, ni cohetes para mirar al cielo y entender lo que las estrellas les decían porque entendíamos el lenguaje de la naturaleza, nuestro primer y verdadero lenguaje. Y si alguno me dice que necesitábamos toda esta tecnología, que necesitábamos ir a la luna, que necesitábamos la industrialización, yo quisiera preguntar para que? No somos mejores, la vida no es más fácil, se han multiplicado las enfermedades, la gente pasa menos tiempo con su familia, descansa menos, es menos felíz.

Y saben quien empezó todo, no fueron los animales, no fueron los árboles, fuimos nosotros los “seres superiores”, desde que tuvimos suficiente “inteligencia” para creer que la tierra donde pisábamos y lo que en ella había era nuestro y no de todos. Apenas pudimos pararnos en dos patas empezamos a matarnos por un pedazo de carne, por un brazo de rió o por la sombra de un árbol. Hemos evolucionado? Sí, con la misma actitud estúpida y mezquina. Antes podíamos destruir a nuestro igual de al lado.. ahora podemos destruir, y lo hemos hecho, ciudades enteras en 30 segundos. Y seguimos trabajando, desarrollando armas con poder suficiente para destruir el mundo como lo conocemos, en la misma cantidad de tiempo; para matarnos nosotros mismos!! para destruir el lugar que nos da la vida!! Para eso nos ha servido el conocimiento y la tecnología.. “seres superiores”, no me j..

Ya no mas, ya no podemos mirar al cielo y entender nada, hemos olvidado el lenguaje de la naturaleza; ya solo entendemos nuestro asfalto, nuestra electricidad, nuestra gasolina, nuestras cuentas de banco y nuestra elaborada comida. Somos tan tontos que aun metiéndonos la comida en la boca no nos damos cuenta de que todo lo que tenemos viene de la misma tierra que estamos destruyendo, porque ya no somos parte de ella, ahora somos un cáncer, ahora solo tomamos de ella lo que necesitamos y no devolvemos nada.

Los que lean esto den gracias por su inconsciencia, por no vivir en un lugar donde tengan que gritar “por favor, mi vida y la de las personas que amo tiene valor” y su grito se pierda en la noche antes de desaparecer por la mano de otro ser humano. Pero ya dejamos de sentir hasta por nuestra propia especie. Esas atrocidades ya son solo imágenes que olvidaremos un día después de verlas en el televisor.

Esta, para mí, es una triste historia. Somos nuestro propio enemigo y estamos perdiendo nuestro derecho a existir.

Decía Carl Sagan que un organismo en guerra consigo mismo es un organismo condenado. La tierra y todo lo que vive en ella es un gran organismo, y nosotros estamos en guerra con nosotros mismos.

Perdimos todo de vista. Quizás no era tan complicado, quizás solo teníamos que entender lo que en realidad somos.