Después que mis padres se separaron empecé a ver la navidad con más nostalgia que con ánimo festivo; también con el tiempo me he vuelto más crítico del carácter comercial que impera en cada época tradicional. Han notado en las tiendas el famoso pasillo de temporada? En navidad los adornos, en San Valentín los chocolates, en Semana Santa lo de la playa, etcétera.
Yo crecí en un pueblo y recuerdo que desde mitad octubre empezábamos a comer ansias cuando cualquier tarde, algún trabajador de papi pasaba a dejar dos o tres pavos que vivirían el peor mes y medio de toda su vida en el patio de la casa con mis hermanos y yo.
Una de las tardes mas largas de mi vida fue una ocasión en que uno de los pavos se desmayó. Teníamos una colección de casi 1300 soldaditos de plástico con los que jugamos a la guerra lanzándoles piedras. Los pavos llegaban para darle un nuevo realce al juego, serían monstruos gigantescos que combatirían contra aquel poderoso ejército. Una piedra le dio a uno de los pavos en la cabeza, el pavo se desplomó en el acto, el ejército no celebró.
Niños al fin, pensamos que habíamos matado al pavo y sabíamos exactamente lo que nos esperaba cuando papi llegara y se enterará. Intentamos convencer a Gregoria, quien nos cuidaba, de que inventara algún cuento que nos salvara el pellejo, pero no quiso. El pavo revivió al rato, pero nunca fue el mismo. Dos de los pavos siempre eran para regalarlos, nosotros nos aseguramos de que Leo fuera el primero.
Aun a mi corta edad no podía evitar notar el cambio en el comportamiento de la gente. Todo el mundo era más amable, alegres y dadivosos. Un ánimo caritativo parecía inundar el ambiente.
Ya a mitad de noviembre el pueblo estaba lleno de luces y las emisoras no paraban de poner los tradicionales temas navideños que siempre eran los mismos. Cuando por fin pude entender la letra, me encantaba escuchar la de que el pavo lloraba y el burro reía; Y se me aguaban los ojos con el merengue del año viejo al imaginarme su cara triste y yéndose solo porque nosotros nos quedaríamos irremediablemente con el nuevo. Aun se me hace el nudo en la garganta.
El arbolito, cada año diferente y nuevo era un acontecimiento pues abría oficialmente la temporada navideña en mi casa, pero no sin que antes sucediera la tradición de mami de lavar la casa desde el techo hasta los cimientos. Cada escondido rincón recibiría su dosis de cepillo y agua. Mis hermanos y yo no participábamos en la decoración pues mami lo hacia como un regalo para nosotros cada navidad. Llegaríamos cualquier día del colegio y ahí estaría, precioso, con los bombillitos de colores, las brillantes bolas, los santaclocitos sonrientes y la nieve de algodón. Pasaríamos horas frente a el, contemplando la intermitencia de las luces como si nos contara una historia que solo se escucha con los oídos del corazón.
En esa época las manzanas y las uvas eran exclusivas de la temporada. Llegaban a casa unos días antes, pero no se podían tocar hasta el día de noche buena. Era un día feliz, no por la cena de la cual no nos comíamos ni la mitad de lo que nos servíamos, sino porque ese día todos éramos felices al mismo tiempo.
Mami no trabajaría el 24 pues ella dirigía personalmente los preparativos de la cena, los cuales empezaban muy temprano en la mañana. Nos encantaban los olores del día, nos intrigaba la ciencia de cada plato y de vez en cuando nos asomaríamos al horno a ver el pavo o los pastelones antes de ser expulsados de la cocina con un chancletazo o una nalgada navideña que no dolían tanto.
Entre 8 y 9 nos sentaríamos todos a la mesa, oraríamos y compartiríamos. Papi se molestaría por el reguero que hacíamos, mami se alegraría por el ánimo con que comíamos y yo me preguntaría porque la carne de pavo es siempre tan dura.
Después de cenar nos sentaríamos a comer manzanas y tendríamos la discusión de que si la sidra tenía o no demasiado alcohol para los niños. Mami serviría los platos que intercambiaría con los vecinos y el del sereno que cuidaba la fábrica de blocks a una esquina de mi casa. Más tarde yo lloraría en secreto pensando en que había personas que como él, tenían que pasar solos la noche buena.
El 31 todavía quedaba de la comida del 24. En la noche iríamos donde mis tíos y tías, pero regresaríamos a casa a tiempo para que ‘no nos coja el cañonazo en la calle’. A las 12 y con la renuencia de mami, papi prendía fuegos artificiales mientras nosotros observamos a una distancia prudente. Luego veríamos los artistas en la televisión hasta que el sueño nos venciera.
Al día siguiente sufríamos el tedio de tener que ir con papi a visitar sus familiares y desearles feliz año nuevo. Yo era demasiado tímido y ese día eran demasiados saludos juntos. Pero no importaba porque ya solo faltaban 5 días para el día de reyes. Serian los 5 días más largos del año, pero aquella espera era una dulce agonía.
La noche del día 5 pondríamos al lado del arbolito agua y hierba para los camellos, y 3 mentas para los reyes magos. Iríamos a la cama bien temprano para que amaneciera más pronto, pero no podríamos dormir hasta muy entrada la madrugada. El día siguiente seria el día más feliz del mundo.
La navidad ya no es la misma, pero el arbolito de mami aun cuenta las mismas historias. Este año pondré hierba y agua a su lado.. quien sabe, el día siguiente podría ser un día feliz.